Después de partir de Cartago, y con tan funestos augurios, las
naves son arrojadas de nuevo por una tempestad a las costas de Sicilia,
sin poder alcanzar Italia. Les acoge amistosamente el rey Acestes, y celebra entonces
Eneas sacrificios y juegos en el sepulcro de su padre. Comienzan con una
competida regata; siguen carreras a pie, luchas con el cesto, pruebas
de puntería con arco y terminan con unos ejercicios ecuestres en los
que Ascanio dirige a los demás jóvenes troyanos. Las mujeres de Troya,
preocupadas por su difícil situación y en vista de que no alcanzan
el final del peligroso viaje,
instigadas por Iris, mensajera de Juno, incendian la flota y consiguen
destruir cuatro naves; Júpiter envía una lluvia milagrosa que impide la
destrucción total. Anquises se aparece en sueños a su hijo y le aconseja que
deje a parte de su gente en Sicilia y se dirija a Cumas, en Italia, donde debe
conseguir la ayuda de la Sibila para bajar al Averno, a las moradas
infernales de Dite. Obedece Eneas a su padre, y en el camino pierde a
Palinuro, el piloto de su nave.
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