Liber V, 378-403

Quaeritur huic alius; nec quisquam ex agmine tanto

audet adire uirum manibusque inducere caestus.

Ergo alacris cunctosque putans excedere palma 380

Aeneae stetit ante pedes, nec plura moratus

tum laeua taurum cornu tenet atque ita fatur:

'Nate dea, si nemo audet se credere pugnae,

quae finis standi? quo me decet usque teneri?

Ducere dona iube.' Cuncti simul ore fremebant 385

Dardanidae reddique uiro promissa iubebant.

Hic grauis Entellum dictis castigat Acestes,

proximus ut uiridante toro consederat herbae:

'Entelle, heroum quondam fortissime frustra,

tantane tam patiens nullo certamine tolli 390

dona sines? Vbi nunc nobis deus ille, magister

nequiquam memoratus, Eryx? Vbi fama per omnem

Trinacriam et spolia illa tuis pendentia tectis?'

Ille sub haec: 'Non laudis amor nec gloria cessit

pulsa metu; sed enim gelidus tardante senecta 395

sanguis hebet, frigentque effetae in corpore uires.

Si mihi quae quondam fuerat quaque improbus iste

exsultat fidens, si nunc foret illa iuuentas,

haud equidem pretio inductus pulchroque iuuenco

uenissem, nec dona moror.' Sic deinde locutus 400

in medium geminos immani pondere caestus

proiecit, quibus acer Eryx in proelia suetus

ferre manum duroque intendere bracchia tergo.


Se le busca alguien; y nadie de un ejército tan grande

se atreve a atacar a este hombre y enfundarse los cestos en las manos.

Así pues, orgulloso y pensando que todos renunciaban a la palma 380

se plantó ante los pies de Eneas y sin detenerse mucho

coge el toro por un cuerno con la izquierda, y así dice:

«Nacido de diosa, si nadie osa acudir a la lucha,

¿cuánto debo esperar? ¿Hasta cuándo conviene que me detenga?

Ordena que traigan los premios.» A la vez gritaban todos 385

los Dardánidas y pedían que se le entregase al héroe lo prometido.

Entonces Acestes, severo, azuza con sus palabras a Entelo,

según estaba sentado a su lado en el verde lecho de hierba:

«Entelo, en vano un día el más fuerte de los héroes,

¿permitirás pacientemente que se lleven presentes tan grandes 390

sin ninguna batalla? ¿Dónde está ahora aquel dios nuestro,

maestro en vano celebrado, Érice? ¿Dónde la fama por toda

la Trinacria y aquellos despojos colgantes de tu techo?»

Y él a estas cosas: «No me dejó el deseo de alabanza ni la gloria

vencidos por el miedo; pero, en efecto, la gélida sangre me entorpece 395

con la pesada vejez, y se enfrían en mi cuerpo las fuerzas extremas.

Si yo tuviera aquella juventud que en otro tiempo había tenido y

de la que presume confiado este malvado, si ahora tuviera aquella juventud,

en verdad no me presentaría yo animado por el premio

ni el hermoso novillo, no me detengo en los regalos.» Habiendo hablado así, 400

al centro dos cestos iguales de enorme peso

arrojó, con los que el fiero Érice solía en la lucha

lanzar sus manos y revestir sus brazos de duro cuero.

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