Liber II, 771-795

Quaerenti et tectis urbis sine fine ruenti
infelix simulacrum atque ipsius umbra Creusae
uisa mihi ante oculos et nota maior imago.
Obstipui, steteruntque comae et uox faucibus haesit.
Tum sic adfari et curas his demere dictis: 775
'Quid tantum insano iuuat indulgere dolori,
o dulcis coniunx? Non haec sine numine diuum
eueniunt; nec te comitem hinc portare Creusam
fas, aut ille sinit superi regnator Olympi.
Longa tibi exsilia et uastum maris aequor arandum, 780
et terram Hesperiam uenies, ubi Lydius arua
inter opima uirum leni fluit agmine Thybris.
Illic res laetae regnumque et regia coniunx
parta tibi; lacrimas dilectae pelle Creusae.
Non ego Myrmidonum sedes Dolopumue superbas 785
aspiciam aut Grais seruitum matribus ibo,
Dardanis et diuae Veneris nurus;
sed me magna deum genetrix his detinet oris.
Iamque uale et nati serua communis amorem.'
Haec ubi dicta dedit, lacrimantem et multa uolentem 790
dicere deseruit, tenuisque recessit in auras.
Ter conatus ibi collo dare bracchia circum;
ter frustra comprensa manus effugit imago,
par leuibus uentis uolucrique simillima somno.
Sic demum socios consumpta nocte reuiso. 795 


A mí, que andaba buscando y por las casas de la ciudad corría,
el espectro y la infeliz sombra de la propia Creúsa
se apareció ante mis ojos y una imagen mayor que la conocida.
Quedé estupefacto, se me erizaron los cabellos y la voz se me quedó en la garganta.
Entonces hablaba así y con estas palabras me quitaba las preocupaciones:
“¿De qué sirve abandonarte tanto a un dolor insano,
oh dulce cónyuge? No estas cosas sin el numen de los dioses
suceden; y llevar de aquí a Creúsa como compañera
no te está permitido, ni aquel soberano del Olimpo superior lo permite.
Un largo exilio y una vasta llanura del mar que debe ser arada por ti,
y llegarás a la tierra de Hesperia, donde el lidio Tíber
entre los opimos campos de los hombres fluye con lento curso.
Allí cosas alegres y un reino y una cónyuge real
te surgirán; aleja las lágrimas por tu querida Creúsa.
Yo las sedes soberbias de mirmídones o dólopes
no veré, ni iré para servir a las madres griegas,
yo, dardánida y nuera de la divina Venus;
sino que me detiene en estas orillas la gran madre de los dioses.
Y ya adiós y guarda el amor a nuestro común hijo.”
Cuando me entregó estas palabras, me dejó llorando y queriendo
decir mucha cosas, y se retiró hacia las tenues auras.
Tres veces intenté en aquel momento dar mis brazos alrededor de su cuello;
tres veces huyó de mis manos su imagen en vano aprisionada,
igual a los leves vientos y parecidísima al sueño alado.
Así, finalmente, consumida la noche, vuelvo a ver a mis compañeros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario